Tenemos el deber, sin duda, de explicarnos a nosotros mismos qué ha sucedido en Valencia. Pero no hay un solo recurso en la elocuencia que pueda añadir nada sobre las torrenteras abiertas, la tierra rota por las aguas, tanta furia de la geología. Tanta muerte. El dolor nos vence así: arrebatándonos la utilidad y el consuelo de la palabra. Porque todos sabemos que a veces, como estos días en Valencia y en la Mancha, simplemente no hay consuelo.