Si estuviera la piel del presidente valenciano me moriría de vergüenza. Me devoraría la culpa y no sería capaz de salir a la calle, ni de mirar o responder a los ciudadanos cuya seguridad estaba en mi mano. Aunque tuviera el firme convencimiento de que no todo fue culpa mía, si me hubiera pasado tres horas de distendida comida desatendiendo mis obligaciones mientras las vidas y las casas de tantas personas eran barridas por el lodo, no sé como haría para no desmoronarme.