Dos caminos conducen estos días hacia una insoportable sensación de impotencia. La que se siente al observar la senda tomada por Netanyahu, que a la par que comete un genocidio con el pueblo palestino bombardea Líbano. Y la que aterroriza a comprobar que, una vez más, ese foro global que son las Naciones Unidas carece de fuerza y poder para lograr los objetivos para los que fue creado.